Alfonso Maeso Huerta V

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Su Vida en el Campo de Concentración, 1ª parte.

La primera barraca que habitó fue la número 18, en la que permaneció durante unos años.
Su primer destino fue la construcción del edificio que acogía el crematorio y la cámara de gas, junto a la cárcel. Era peón, transportando piedra. Estuvo en este destino unos meses, y fue ahí donde recibió la única agresión física que sufrió en Mauthausen, por intentar calentarse las manos junto a un fuego.

A los dos meses, fue enviado a trabajar en las obras de la villa de los oficiales, situada a la salida del campo. Estando en este destino, un hecho marcó los recuerdos de Alfonso con una huella que permaneció intacta en su alma hasta el final de sus días, la tortura de un joven yugoslavo al que los ss mataron a patadas en la cabeza como si fuera un balón de fútbol.

Poco después, fue enviado a trabajar a la cantera.
La cantera se llamaba Wiener Graben, y estaba situada en el exterior del campo, frente a la puerta principal. Se accedía a ella a través de un sendero de afiladas piedras, que llegaba a la terrible escalera de 186 escalones que bajaba a la cantera.
El sendero estaba flanqueado por una ladera en un extremo, y un precipicio que caía directamente a la cantera, en el otro, precipicio en el que murieron muchas personas.
En la cantera había un túnel, en el que se fabricaba la pieza que unía el ala con el cuerpo de los aviones de guerra, en donde los alemanes pensaban encerrar a todos los presos si los aliados se acercaban, gasearlos, y clausurarlo con todos dentro.


En la cantera de Mauthausen, Alfonso pasó los  peores años de su vida.
La llegada al campo de judíos y rusos liberó a los españoles de los peores trabajos, incluida la cantera, puesto que, aunque el trato que recibía era violento, cruel y sañudo, nunca pudo compararse con el que recibieron los judíos y los rusos, bestial y sanguinario.

Cuando llegaban convoyes con presos había que acomodarlos en el campo, por lo que los ss hacían una criba de aquellos que consideraban poco útiles y pedían voluntarios para ir al campo de Gusen, con la promesa de una vida mejor, para hacer hueco en Mauthausen.

A los 5 meses de estar trabajando en la cantera, los ss buscaron voluntarios para ir a Gusen por la llegada de un nuevo convoy, asegurando que si nadie se decidía, escogerían a 50 o 60 españoles a la fuerza.
Alfonso se ofreció voluntario, pero un asturiano, ayudante del jefe de barraca y encargado de organizar la formación de los voluntarios, le dio una fuerte bofetada, obligándole a volver a su posición anterior,  y librándole así de una muerte casi segura, pues Gusen fue un autentico cementerio para los españoles.

Un día, apareció en la cantera un oficial de los ss acompañado por el kapo de la fragua, buscando a 2 españoles para sustituir a dos polacos enviados a la compañía disciplinaria.
El oficial eligió a Alfonso junto a otro compatriota, a pesar de no tener ninguna experiencia en la fragua, y de la oposición del kapo, al que recriminó que su función era enseñarles a trabajar el hierro en el fuego.

Se presentó al jefe de la fragua, y encontró que era un civil austriaco con gran aprecio por los españoles, que tenia varios de ellos a sus órdenes.
La fragua, que estaba dentro de la cantera, se convirtió en su refugio durante los siguientes años. Allí se cruzó en su vida un barcelonés, que se convirtió en su padre, hombre de gran bondad, que fue asignado como su pareja de trabajo y ocultó sus errores en sus inicios en la fragua calentando las punterolas.
Durante los primeros meses, Alfonso se quemó las manos mudando la piel en varias ocasiones, y se le irritaron tanto los ojos que en algunos momentos perdió la visión, hasta que se acostumbró a los efectos del calor.

Tras un tiempo en la fragua, durante aproximadamente una semana, el jefe austriaco y su padre sacrificaron su descanso de mediodía para adiestrarle en el temple, la parte más compleja del trabajo. Tras hacerle diestro, el jefe austriaco informó al kapo que debía buscar un sustituto para Alfonso puesto que éste pasaba a trabajar con el yunque. En ese momento, tenía 21 años.

Ya en el yunque, el civil austriaco le daba una manzana y un trozo de pan de la ración que recibía de los alemanes a mediodía,  a escondidas, que Alfonso compartía con su padre, y se reservaba para la tarde, justo antes de subir los 186 escalones con una piedra sobre la espalda.

En el campo, los presos formaron una compleja organización estructurada en comités clandestinos, por nacionalidades. El español se dividía en 4 subcomités: comunista, socialista, republicano y anarquista, del que Alfonso llegó a formar parte activa. Cada uno tenía una responsabilidad impuesta por el lugar que ocupaba en el campo y tenían el  objetivo prioritario de cuidar de los más débiles y salvar el mayor número de vidas posibles.

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