El Día a Día.
Les levantaban a las 6 de la mañana a gritos.
Se lavaban como podían y salían de la barraca a formar para que los ss les contaran.
Tras el recuento, se dirigían a la appelplatz para ser organizados en grupos o komandos para ir a sus lugares de trabajo.
A las 12 sonaba el silbato que indicaba que había llegado la hora de comer, y se dirigían en filas a los calderos. Comían, y volvían al trabajo.
A las 17 en invierno, y una o dos horas más tarde en verano, sonaba el silbato que anunciaba que debían regresar a las barracas.
Les daban la cena, formaban de nuevo para el recuento de la noche, y se iban a descansar.
El menú, casi idéntico todos los días, era una especie de caldo a primera hora que se bebía de un solo sorbo. Un plato de sopa clara con nabos y otras hortalizas a las 12 (plato que a veces era sustituido por espinacas cocidas. Las cocían junto con todos los hierbajos con los que se recogían). Y al anochecer, un minúsculo trozo de salchichón y una rebanada de pan.
El día a día estaba marcado por castigos y penalidades, pero había algunos momentos en los que recobraban algo de la alegría perdida: los fines de semana.
El sábado era el día escogido por los alemanes para el aseo, los cortes de pelo y el cambio de ropa, y el domingo tenia como actividad principal el paseo y la charla si el jefe de la barraca no les obligaba a hacer instrucción o formar.
Los sábados por la tarde y los domingos por la mañana, si el jefe del campo lo autorizaba, había partido de fútbol entre presos, donde solían competir un equipo formado mayoritariamente por españoles y otro formado por reclusos alemanes, arbitrados por otro preso, y peleas de boxeo.
Las desinfecciones eran habituales.
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